

Xalapa, Ver. - En las calles Enríquez-Xalapeños Ilustres /
Redacción Bitácoras Políticas | Xalapa, Ver. | 18 Jul 2025
En una de las manifestaciones públicas más multitudinarias que se recuerden en la historia de la capital veracruzana, el entierro del obispo Rafael Guízar y Valencia congregó a miles de personas el día de su sepelio, colapsando por completo las principales arterias del centro de la ciudad. El cortejo fúnebre recorrió las calles Enríquez y Xalapeños Ilustres, tras llegar desde la Ciudad de México, y culminó en el Antiguo Panteón Xalapeño, ubicado en la calle 5 de Febrero, esquina con avenida 20 de Noviembre.
El traslado del féretro inició en la capital del país y llegó hasta la Catedral de Xalapa, donde el cuerpo fue velado con honores religiosos. Posteriormente, fue llevado al panteón local acompañado por una multitud devota. La densa concentración de personas impidió la circulación vehicular, dejando atrapados un autobús del Servicio Urbano de Xalapa y un camión de Ferrocarriles Nacionales de México, los únicos vehículos visibles en medio del mar de fieles.
Rafael Guízar y Valencia, conocido como “el obispo de los pobres”, fue una figura destacada del catolicismo mexicano en los años convulsos de la posrevolución. Ordenado obispo de Veracruz en 1919, ejerció su ministerio en condiciones adversas, enfrentando persecuciones religiosas y desplazamientos forzados. Su cercanía con los sectores más vulnerables y su labor pastoral lo convirtieron en un referente moral y espiritual para miles de veracruzanos.
La escena capturada en una imagen histórica —conservada y difundida por la página Xalapa en la Historia— ilustra no solo la magnitud de la convocatoria, sino también el respeto social hacia el prelado fallecido. En la imagen, se aprecia cómo los vehículos públicos quedaron inmóviles ante la inmensa cantidad de personas que invadieron la vía pública, en un acto colectivo de duelo y fervor religioso.
El sepelio de Guízar y Valencia no solo marcó un hito en la memoria urbana de Xalapa, sino que reflejó el peso simbólico de la religiosidad popular en el México de la primera mitad del siglo XX. Décadas más tarde, en 2006, Rafael Guízar fue canonizado por el papa Benedicto XVI, convirtiéndose en el primer obispo mexicano elevado a los altares.