21 de Diciembre de 2025
 
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Los abuelos del son jarocho: el alma viva del Sotavento
Con jaranas en mano y memoria en voz, ancianos músicos del sur de Veracruz enseñan a las nuevas generaciones el arte que resiste al olvido

Xalapa, Ver. - Con jaranas en mano y memoria en voz, ancianos músicos del sur de Veracruz enseñan a las nuevas generaciones el arte que resiste al olvido /

Redacción Bitácoras Políticas | Xalapa, Ver. | 05 May 2025

En los corredores sombreados de casas con techos de teja, al ritmo de décimas y zapateado, abuelos y abuelas de comunidades del sur veracruzano mantienen vivo el son jarocho, transmitiendo de boca en boca y de cuerda en cuerda el legado musical que ha identificado por siglos al Sotavento. Desde localidades como Tlacotalpan, Alvarado, Santiago Tuxtla y Cosamaloapan, ancianos músicos comparten sus saberes con niñas, niños y jóvenes que acuden a talleres comunitarios para aprender a tocar la jarana, el requinto o el arpa.


Este esfuerzo no es casual ni improvisado. Frente al avance del olvido cultural y la hegemonía de modelos comerciales de música, los portadores del son han asumido una labor pedagógica, comunitaria y emocional: conservar la raíz viva del fandango. En muchos casos, lo hacen sin apoyos institucionales, movidos por la convicción de que preservar la música tradicional es también defender la memoria, la lengua y la forma de vida jarocha.


En patios, cocinas, capillas o plazas, se improvisan clases abiertas donde la enseñanza es oral, horizontal y afectiva. “Aquí no hay partituras, aquí se aprende mirando, escuchando y tocando”, dice don Rogelio, músico de 82 años en Alvarado, quien enseña a tres generaciones de su familia. Como él, decenas de sabedores asumen la tarea de formar a nuevas camadas de músicos, sin otra paga que la continuidad de su cultura.


Además de la música, los abuelos enseñan a construir los propios instrumentos, componer versos y comprender el sentido del fandango como espacio de convivencia, resistencia y celebración. Su enseñanza no sólo es técnica, sino ética: implica escuchar con respeto, cantar con el corazón y tocar con alegría colectiva.


Aunque algunos festivales y proyectos independientes han buscado visibilizar esta labor, los propios maestros señalan que lo esencial ocurre en la cotidianidad. “El son no está en los escenarios grandes, está en las cocinas, en las casas, en las fiestas del pueblo”, expresa doña Paula, arpista en Tlacotalpan. “Mientras haya quien quiera aprender, nosotros seguiremos enseñando”.


La vigencia del son jarocho se explica, en buena parte, por estos guardianes de la tradición. Su labor, silenciosa y vital, representa uno de los últimos hilos de una transmisión oral que no depende de las modas, sino del compromiso con la identidad. En tiempos de globalización acelerada, su resistencia es también una lección de arraigo y esperanza.